Cuando llegan las temidas comilonas navideñas nos preocupa cómo va a sentarnos el seguro atracón que tenemos pensado darnos en cada una de ellas.
- Si te encargas personalmente de la preparación de las comidas, atrévete a elaborar algo diferente y menos cargado de calorías de lo «habitual» de estas fechas. Si los anfitriones sois distintos en cada celebración, llegad entre todos a un acuerdo absolutamente inviolable sobre el número y composición de los platos:
- Que los aperitivos no sean una cascada interminable de bombas calóricas: ¿por qué no incluir apetitosos y saludables frutos secos, minipizzas integrales con verduras y frutas?
- Que el primer plato tenga un carácter eminentemente vegetal: una deliciosa crema o sopa de verduras, una ensalada preparada con gracia y variedad, unas legumbres (en Italia, tan latinos como nosotros, no se avergüenzan de comer lentejas en Nochevieja), pasta integral preparada de mil posibles maneras…
- Que el segundo plato, carne o pescado, tampoco se vea privado de la presencia vegetal: guarnición de verduras al horno, setas, puré de manzana, frutas desecadas o el, tan de moda, hummus. Y, por favor, la ración no tiene que alcanzar un tamaño gigante.
- Que el postre no tiene por qué reducirse a los típicos dulces navideños (mantecado, polvorón, turrón, mazapán, alfajor). Pueden acompañarlos/sustituirlos una atractiva gelatina de frutas con un toque de helado, unas exquisitas brochetas de frutas bañadas en chocolate líquido, una compota o una macedonia especialmente originales para tal ocasión. ¿Sabes que tres piezas normales de mantecado (32 gr. la pieza) contienen más de 500 calorías, es decir, la cuarta parte de lo que deberíamos ingerir normalmente al día? Asusta un poco, ¿verdad?
- Recordar que el triunfo de una comida suele residir más en los detalles con que se la presenta que en el contenido calórico.
- No acudir a una comida especial de mediodía sin haber desayunado como cualquier otra mañana o a una cena sin haber merendado como habitualmente; es dietéticamente un error monumental pensar que, como se va a comer mucho a mediodía o en la cena, se compensa eliminando el desayuno o la merienda. Tampoco se precisa ser experto en nutrición para saber que esa «ley de la compensación» –ir con hambre– ha supuesto en no pocos casos –permítaseme el humor– que, además de los platos, uno termine también devorando a alguno de los comensales. Tampoco conviene aplicar esa falsa ley compensatoria a los días en los que no haya comidas festivas, comiendo insuficientemente.
- Atención especial al consumo de alcohol, tan descontrolado en esas ocasiones. Excederse, no solo comporta un aporte gigantesco de calorías, sino que provoca efectos notablemente perniciosos en otros aspectos de la salud.
- Si tenemos asumido que durante todo el año es preciso vencer el nocivo sedentarismo, acompañemos el tiempo de Navidad con la realización, incluso más frecuente o intensa, del ejercicio físico.
Después de todo lo dicho, voy a hacer una afirmación que parece (solo parece, pero no lo es) contradictoria con lo anterior: es absurda la preocupación que nos causa la Navidad en temas de alimentación. La salud nutricional no depende de lo que hacemos en esos días, sino en todos los demás del año.